viernes, 19 de diciembre de 2008

Auf wiedersehen....


Puntual hasta el último día. No podía ser de otra forma. El timbre de dos notas del apartamento 18 suena exactamente a las nueve menos cuarto. Me dirijo hacia el recibidor echando un último vistazo a las vacías habitaciones. Al abrir la puerta, la sonrisa del señor Grünwald me da los buenos días. “Gruss Gott!” Nos estrechamos efusivamente las manos y juntos comenzamos a extinguir mis últimos minutos en Viena, de habitación en habitación, cruzando en zigzag el pasillo. Todo está preparado, todo está limpio, todo está ordenado. La fianza de la desconfianza vuelve a mi bolsillo.

“Hasta siempre”. “Gracias por todo”. “Espero volver algún día”. “Adiós señor Grünwald, salude a Helga de mi parte”.

Frente al número quince de Helwagstrasse me espera el coche que el instituto ha puesto a mi disposición para ir al aeropuerto. Un imponente mercedes negro, casi una limusina…”Buenos días”, el chófer me saluda en español. Abandonamos la ciudad acompañados del nuevo Danubio a la izquierda. Me explica que su compañía generalmente traslada a gente de negocios, artistas, políticos. Donde estoy sentada lo estuvieron nada menos que….Brad Pitt y Angelina Jolie. Me pasa una hoja con fotos de un periódico austriaco, en las que se ve a la pareja saliendo del susodicho auto y a él mismo abriendo la puerta….Me da igual…Sigo moviendo mi cabeza pero hace minutos que he dejado de atenderle. Quiero despedirme de esta vieja ciudad.

Me he acostumbrado a la vida entre tus calles. Me he acostumbrado al silencio de tus gentes y a esa actitud melancólica-depresiva que en noviembre tiñe de negro y gris abrigos zapatos y paraguas. Me he acostumbrado a viajar en un metro que no me hace esperar. Y a la voz en off masculina, que en alemán anuncia las paradas de la línea 6, desde Dresnerstrasse hasta Westbanhof. Al sabor de un melange entre la madera y el terciopelo estampado de un viejo café. Me he acostumbrado a caminar descalza sin sentir frío. A pasear por la ciudad sin rumbo, descubriendo mil vienas en una. Siempre algo que hacer, capital de cultura. Música y pintura tatuadas en cada rincón.
He vivido dos Vienas. La primera, la de la recién llegada, la del verano, la de la ilusión, la del descubrimiento. La mente amparada en un sol amable, caminando abrigada de una soledad llevadera entre parques, puentes y plazas. El corazón, sin embargo, en España. La segunda, la del invierno, la del trabajo, la de la lluvia que funde en gris calles y cielo. La del calor sobre parqué y bajo techo. Cena y película. Cal y arena. Y el corazón girando sobre un vinilo que ronca, y por la costumbre, ya no puede despertarme.

El sueño ha concluido.

Es hora de despertar en Granada y agradecer a los dioses que fui capaz de volver sin tatuar a medusa en mi espalda.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Despues de la alegría del reencuentro sigues sorprendiendome con tus escritos y como me ha dicho tu primo te digo que el que hayas vuelto no te haga olvidar este blog maravilloso y que con tanta ilusión abríamos.
Has hecho que abrieramos tu blogs con mucha ilusión, esperando encontrar el regalo de un nuevo relato, no nos abandones ahora.

Bobby dijo...

Quiero seguir leyéndote, Medusa. El camino no acaba a las puertas de Granada.