viernes, 6 de marzo de 2009

Escaleras abajo


Se recostó en el sofá. Cogió el ordenador portátil, lo apoyó en sus muslos y abrió la pantalla.
Comenzó a teclear.


"Declaración de intenciones

Puedo aseverar que por fin ha llegado el momento. Estas cosas no se deciden así como así. La certeza de saberlo ha de instalarse cómodamente en la boca del estómago y mandar las señales oportunas a las vísceras que correspondan.
Hoy es el día de realizar una declaración de intenciones y cargar con ellas cuanto haga falta.

A medio camino entre la ira y la compasión es necesario pararse unos minutos, vaciarlos de segundos y reflexionar. En el cruce donde la vehemencia del recuerdo se rinde al fin a la resignación del olvido, justo ahí, demorarse, caminar a paso por hora, no puede hacer ningún mal.

Es ese el momento en el que el poeta debe ser resucitado. Resucitado para que libere ese poema que él mismo había inventado, y que por estar muerto había quedado atrapado en su cabeza.

El teclado espera y el silencio no ayuda. Antes de indagar en mi memoria me uno a la búsqueda de un corazón de oro, cruzo el arco iris y nado río abajo, hasta el lugar donde te dispararon, con esa luna de cosecha como única testigo. La música también es recuerdo. Afortunadamente el de Toronto nunca estuvo en tu colección de vinilos.

La declaración de intenciones debería mudar del plural al singular. Sólo hay una: escribir todo sobre ti, y sobre mí, sobre nosotros. Escribir y vomitar, en el más pragmático ejercicio de catarsis. Desde el prólogo recargado de cortejo y seducción hasta el epílogo descompuesto en aflicción. Recorriendo la lista de medidas contraproducentes, que nacidas de la ilusión, se precipitaban cada noche conmigo escaleras abajo. El corazón, estrujado entre mi mano derecha y la barandilla, deshaciéndose al compás de los peldaños, adhiriendo sus grumos a la fría forja. Dos pisos. La calle. Tú arriba y yo abajo.

Ahora que el tiempo me socorre y tu cara comienza a disolverse en mi retina, incluso a pesar de haber sido memorizada por partes. Ahora que ya no hay escaleras, ni barandilla, ni calle. Ahora que no tengo miedo a lo que crees que soy, y comprobada la hipótesis de que el encoñamiento, por muy abrupto que sea, no puede ni debe llamarse amor (es cuestión de interferencias). Ahora llega el momento. A escribir…Sólo por mí. ¿Sólo para mí?

Capítulo primero"
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lunes, 2 de marzo de 2009

La máquina del tiempo


Mi coche circula por la estrecha y tortuosa carretera nacional que lleva a la costa. Ocho de la mañana, lunes otoñal, y una montaña que se abre ante mí para mostrarme al fondo el Mar Mediterráneo, coronado de unas nubes que parecen querer ocultarlo a mis ojos.

En cinco minutos llegaré al encuentro de mi máquina del tiempo. Enclavada en medio de la sierra, tiene paredes y techo. Huele a humedad y a papel viejo. Arácnidos y polvo son mis compañeros de travesía. Un túnel del tiempo que hace un mes me trasladó hasta el siglo XVI, donde pude curiosear cómo, en unas pocas jornadas, los aldeanos de la zona hacían la vendimia. La semana pasada, acompañé a una familia de campesinos a recolectar esparto en las laderas cercanas durante la luna menguante de agosto de 1862. Hoy es posible que recoja leña para una fogata, y pase la noche con un grupo de maquis que malviven en un invierno de posguerra, entre los pinares de este monte que huele a romero.

Mis fotos son testigos de palabras, palabras construidas por quien no sabía que esta espía del tiempo se adentraría sin pedir permiso, bajo la coartada de la Ciencia, la conciencia y raudales de paciencia. Palabras que mutarán en mi teclado, y nunca volverán a ser las mismas.

Hoy, como cada mañana, me adentraré de nuevo en la máquina, saturada de cuestiones. La primera y más importante, ¿son mis preguntas subjetivas? Sin un ápice de complejo, la respuesta es sí. Honradez, dedicación, y los favores de Clío. Nada más necesito…y nada menos, señores científicos.

Llego a mi destino y José Luis espera para abrirme el viejo archivo. Comienza la jornada de trabajo de esta historiadora, que busca en el pasado lo que no entiende del presente y lo que soñaría con poder cambiar en el futuro.