jueves, 23 de octubre de 2008

Μοúσαι Mousai


La inspiración es una autoestopista ingrata. Abandona sin avisar y sin el más mínimo escrúpulo el asiento de copiloto, dejándote con la palabra en la boca.

Se marchó durante mi adolescencia y volvió a mí como un torbellino la mañana que llegué a Viena. Se instaló en mi cabeza, en mis entrañas, en mis ojos y en mis manos. Observar al señor Gründwald y el sistematizado hogar que me había preparado resucitó mi imaginación con nuevas fantasías y creó dentro de mí la necesidad ineludible de estampar todo en negro sobre blanco. Escribir en mi cuaderno marrón se tornó en obsesión durante algunos días, con la sofocante sensación de no poder parar hasta haber confesado cada detalle de mis ensoñaciones. No fueron pocos los días que pasé varias horas sentada en un viejo banco de madera frente al Danubio, desde el atardecer hasta que la oscuridad de la noche no me dejaba descifrar mis propios garabatos.



La inspiración me perseguía, tomaba atajos y me esperaba agazapada tras las esquinas de esta vieja ciudad. Me sorprendía tocándome el hombro y me hacía girar la cabeza para ver el árbol de Schiele. Retumbaba en forma de redoble, ese que el pequeño Óscar producía al golpear su tambor de hojalata. Otras veces, se aferraba a mis piernas y no me dejaba levantarme de mi asiento en el tranvía, porque por fin había decidido qué postal mandaría Esperanza. Y perdía mi parada. Pero el camino de vuelta era sereno y relajado, abrigada en el sentimiento del deber cumplido.
Culpa, sin duda, de la hermosa ciudad que me cobija, y que no pocas veces me ha empañado los ojos. Pero culpa también de la soledad. Esa soledad que siente una medusa, y que puede dañar a aquellos a los que se aferra en un contraproducente abrazo.

Hoy, mi cuaderno es un amasijo de ideas aisladas, tachadas, prohibidas, desordenadas, barrocas, temerarias, melancólicas, secretas....No me reconozco entre esas líneas y llevo varios días sin abrirlo.
No siento interés por la conversación de esa pareja española que junto a mí, en el Kleines Café, despotrica de Zapatero.
Tampoco detengo mi mirada más de cinco segundos sobre esas dos octogenarias señoras que pasean juntas, calcadas la una la otra, y que no han abandonado la infantil costumbre de vestir exactamente igual.
No me preocupa que haya nuevo gobierno, formado por la misma coalición rojo-negra que fracasó en la anterior legislatura o que el malogrado Haider llevase encima una tasa de alcohol en sangre de 1.8 cuando se estrelló hace un par de semanas.
En estos días, no encuentro la forma de escribir sobre todo esto.

Ahora sólo quiero guarecerme en una vieja mecedora, y leer las letras de ese vinilo que cruje en la esquina. Terminado un recopilatorio de The Cure, un nuevo disco comienza a susurrar bajo la aguja. La luz de la lámpara encendida amablemente para que vea mejor me llega desde arriba a la izquierda, iluminando unas líneas del Straight to you de Nick Cave and the Bad Seeds. Sólo tarareo los primeros versos, porque pronto acepto una invitación para bailar en el centro de la pista, descalza, sobre el tibio suelo de madera, frente a un antiguo tocadiscos suizo y a esa reproducción del autorretrato de Schiele fijada con chinchetas a la pared.

¿Tal vez se acerca un nuevo momento de inspiración?...No pararé hoy para recoger a esa autoestopista ingrata. Al menos, mientras dure la canción.

domingo, 12 de octubre de 2008

Jörg Haider ist tot


Hoy es sábado. He quedado con Venkat para dar un paseo por la isla del Danubio y tal vez almorzar al abrigo de un sol que sigue siendo piadoso con esta extranjera. No necesito madrugar, pero la fuerza de la costumbre puede más. Levanto un poco la cabeza de la almohada y unos desenfocados números se ajustan por fin en la pantalla del reloj-radio-despertador del señor Grünwald para decirme que son las 8. Enciendo la tele para ver si puedo volver a dormirme. En la pantalla, un joven rubio, elegantemente vestido, camisa blanca y corbata negra, habla en alemán frente a decenas de micrófonos. Está sentado y sostiene un pequeño papel en la mano derecha. Su rostro es muy serio y su voz parece apagarse conforme acaba cada frase, rompiendo a llorar en más de una ocasión. Aparece un mensaje en la pantalla: Jörg Haider ist tot. Mi escaso alemán me permite entender que el lider de la ultraderecha austriaca está muerto.

Doy un salto de la cama y enciendo el ordenador. Mi vecino y su red inalámbrica están en funcionamiento, así que puedo acceder a la información. Efectivamente. Jörg Haider había sufrido un accidente de tráfico y había muerto prácticamente en el acto.

El presidente de Alianza para el futuro de Austria (BZÖ), como se supo después, volvía de una fiesta de su partido en un local de aire cabaretero. Altas horas de la madrugada. El doble de la velocidad permitida. Jörg Haider pierde el control, se estrella y muere.
Este personaje hizo temblar a Europa cuando en el año 2000, apoyado por un amplio sector de votantes austriacos, formó gobierno con el partido conservador. Un político demagogo y populista que aderezaba sus discursos con incendiarios comentarios de corte xenófobo. Ultranacionalista y antieuropeísta hasta la médula, recibió como respuesta la espalda de los gobiernos europeos más importantes, hasta que dicho alianza se dio por finalizada. En los últimos meses estaba muy de actualidad por una campaña para prohibir la construcción de mezquitas en el estado de Carintia, donde tenía una especie de feudo.
En las pasadas elecciones, contra todas las previsiones, alcanzó un gran éxito. Se había separado del FPÖ por diferencias internas y capitaneaba un nuevo partido, el BZÖ, aunque todo hay que decirlo, los programas de ambos eran calcados. Pasó de un 4% a un 11% de los votos. La ultraderecha fue la única fuerza en ascenso, acaparando casi en total unos 30% de los votos. Pero las fuertes diferencias personales entre los líderes de los dos partidos, Haider y Strache, hacían muy difícil imaginar una coalición entre ambos. El gobierno aún está por formar.
¿Qué puede significar la muerte de Haider en el terreno político? Sin duda, ahora se hace más que posible esa coalición de la ultraderecha. Casi todos los entendidos dicen que el obstáculo más grande para ello era esa rivalidad personal entre líderes. Muerto Haider, y con un jóven y nada fuerte sucesor (Stefan Petzner, precisamente quien daba la rueda de prensa entre sollozos y cuya foto ilustra el texto), todo podría acelerarse.



Jörg Haider ha muerto, e irónicamente, la ultraderecha austriaca está ahora un poquito más viva.

(A petición de Bobby).

jueves, 9 de octubre de 2008

Come Here



Come Here

There's a wind that blows in from the north,

And it says that loving takes its course.

Come here. Come here.

No I'm not impossible to touch,

I have never wanted you so much.

Come here. Come here.

Have I never laid down by your side?

Baby, let's forget about this pride.

Come here. Come here.

Well, I'm in no hurry.

You don't have to run away this time.

I know that you're timid,

but it's gonna be all right this time.

lunes, 6 de octubre de 2008

Una postal


Juan buscaba desesperadamente algo con lo que escribir, mientras sujetaba como podía entre mejilla y hombro el teléfono móvil. La voz nasal de una operadora telefónica estaba ya dictando el número de atención técnica…”dos, cuatro, cuatro...”y él no encontraba nada con lo anotar...”¡¡Espere un segundo, señorita!!”.

Se arrodilló frente al mueble del salón, intentando abrir el cajón que había más abajo…ese que siempre estaba atascado...ese que siempre olvidaba arreglar. Todos los bolígrafos de la casa debían estar atrapados en ese cajón. De otra forma, no podía entender cómo era posible que años de al menos una compra semanal de un par de ellos tuvieran como resultado su total ausencia en el piso.

Demasiado tarde. La voz estaba enlatada y el mensaje había llegado a su fin. Después de quince minutos navegando entre las teclas de su teléfono…….”marque uno si tal”, “por favor, marque tres para cual”…debía empezar el proceso de nuevo.
Se dejó caer hacia atrás, sentándose en el suelo frente al mueble, y lanzó el móvil contra el sofá que había a su izquierda.

El cajón había cedido un poco. Más de la parte derecha que de la izquierda. Y así, moviéndolo alternativamente de cada lado, consiguió en cinco o seis tirones abrirlo casi completamente.

Comenzó a rebuscar y efectivamente….un par de bolígrafos le saludaban burlonamente junto a un viejo diccionario de inglés-español. Los cogió, preguntándose aún dónde estarían el resto de los cientos que debían habitar bajo aquel mismo techo, y se disponía a cerrar el cajón cuando algo llamó su atención.
Debajo de un par de viejas guías de teléfono asomaba la esquina de una imagen en blanco y negro. Una parte de un todo que le resultaba, en cierta forma, familiar.
Alargó sus manos y extrajo lo que parecía ser una postal. Frente a él, la imagen de una calle más o menos transitada de una gran ciudad ambientada a finales del siglo XIX. Gente vestida a la moda de la época inmortalizada entre edificios, escaparates, calles empedradas y coches de caballos.

Giró la postal. En la parte derecha, el sello, su nombre y la dirección de su antiguo piso a las afueras de la ciudad. Concentró su atención en la mitad izquierda.
Ningún saludo. Sólo cinco frases, comenzadas cada una de ellas por un número:
1-Porque esta ciudad tiene miles
de pequeñas cafeterías para charlar.
2-Porque te debo una cena
y he encontrado el restaurante perfecto.
3-Porque una semana no es nada,
pero mejor que nada es.
4-Porque comienza a hacer frío.
5-Porque quiero verte.
Un beso,
Esperanza.


Juan sonreía mientras leía aquella pequeña lista de razones. ¿Cuántos años hacía de aquello? ¿Diez? Sí. El matasellos delataba un otoñal día de 2008.
Viajó hacia atrás en el tiempo, para rememorar efímeramente una habitación en penumbras, la fragancia floral de un cuello, el tacto de unas mejillas cálidas y sonrosadas…Todo quedaba tan lejos...En aquellos días, el trabajo comenzaba al anochecer y se alargaba durante la madrugada. Las horas se perdían entre saberes ajenos. Palabras y palabras que se articulaban en cimientos sobre los que construir, destruir y reconstruir. Ahora, el deber diario le hacía levantarse a las siete cada mañana, y su única batalla era luchar contra las legañas y el desinterés de sus alumnos.

Se preguntó que habría pasado si hubiese aceptado la invitación que aquellas cinco líneas trataban de justificar. ¿Sería su vida diferente hoy? “Es de necios hacer historia de lo que no ha pasado. Porque si no ha pasado, no es historia”, se dijo a sí mismo. La distancia y el tiempo habían dictado una sentencia que no fue apelada en su momento, y que había caído inexorablemente en el olvido. Permitió a los recuerdos jugar algunos minutos más en su memoria, allí mismo, sentado en el suelo.
Finalmente volvió a colocar la postal en el lugar de donde la había cogido. Sin dejar de sonreir, y sabiendo que no volvería a abrir aquel cajón en meses o años, lo cerró. Se levantó y recogió su móvil. Dio un pequeño suspiro y comenzó a marcar de nuevo los números de atención al cliente.




Esperanza estaba ensimismada frente al pequeño buzón amarillo de Langefeldgasse. Su ausente mirada se perdía en la fina y negra ranura que anunciaba el interior de aquel purgatorio de noticias. Se fijó en las dos postales que tenía en sus manos. Exactamente iguales por el lado que mostraba la imagen de una céntrica calle de la ciudad, hacia 1890, en blanco y negro. Una larga noche de insomnio y divagaciones no la habían ayudado en su decisión. Las dos postales seguían con ella. Las giró para leerlas una vez más. Mismo sello, misma dirección, distinto mensaje.

En su mano izquierda:

Querido Juan,
un abrazo desde esta hermosa ciudad
donde el invierno parece haberse ya acomodado,
pintando de gris sus viejas calles.
Con cariño,
Esperanza.

En su mano derecha:

1-Porque esta ciudad tiene miles
de pequeñas cafeterías para charlar.
2-Porque te debo una cena,
y he encontrado el restaurante perfecto.
3-Porque una semana no es nada,
pero mejor que nada es.
4-Porque comienza a hacer frío.
5-Porque quiero verte.
Un beso,
Esperanza.



La versión amistosa que apestaba a cobardía, frente a la ilusión romántica corrompida por la fantasía. Suspiró profundamente. ¿Decisión tomada? Acercó su mano derecha al buzón e introdujo la postal hasta la mitad, deteniéndose en seco antes de soltarla. Permaneció así unos segundos, sin respirar, valorando por enésima vez pros, contras, realidades, sueños, deseos, recuerdos...Fue entonces cuando comenzó a llover. Una de las gotas mojó la imagen de la vieja ciudad sacándola repentinamente de su abstracción. Abrió automáticamente la mano y dejó caer la tarjeta al interior. Le pareció escuchar el sonido de la postal golpeando el fondo metálico del buzón. Debía haber pocas cartas dentro de aquella caja amarilla, vencida por la eficiencia de la tecnología y esos mensajes que no pueden acariciarse ni apretarse contra el pecho. El dilema había llegado a su fin. Esperanza dio media vuelta y regresó al trabajo.
Ahora sólo quedaba esperar.