viernes, 21 de noviembre de 2008

Cuenta atrás


El invierno se ha dejado de titubeos y ha ocupado la ciudad por sorpresa. No debería haberme cortado el pelo otra vez. Cuando cruzo Hellwagstrasse para coger el metro, un airecillo helado sopla en mi nuca, recordándome que ha comenzado la cuenta atrás.

En menos de un mes me despido de Viena. En menos de un mes me despido de mi apartamento en el distrito veinte, que bien por la fuerza de la costumbre, o bien por las idas y venidas a lo largo del pasillo púrpura que lo estructura, es ya mi casa. No huele más al matrimonio Grünwald, y sólo aquellos que no son yo pueden percibir un olor distinto a la nada.

¿Seré capaz de atrapar estas últimas semanas antes de que se escapen volando hacia la memoria de un tiempo perdido?

Un poco de terapia musical, y a comenzar de nuevo.



Love Will Tear Us Apart- Joy Division








When the routine bites hard
And ambitions are low
And the resentment rides high
But emotions wont grow
And were changing our ways,
Taking different roads

Then love, love will tear us apart again
Why is the bedroom so cold
Turned away on your side?
Is my timing that flawed,
Our respect run so dry?
Yet theres still this appeal
That weve kept through our lives
Love, love will tear us apart again
Do you cry out in your sleep
All y failings expose?
Get a taste in my mouth
As desperation takes hold
Is it something so goodJust cant function no more?

When love, love will tear us apart again

Cuando la rutina aprieta,
y las ambiciones están por los suelos,
y el resentimiento cabalga fuerte,
las emociones no crecen.
Y al cambiar nuestros caminos,
tomando carreteras diferentes.
El amor, el amor nos destrozará otra vez.

¿Por qué la cama está tan fríaen el lado en el que tú estás?
¿Soy yo el que no está a la altura?
¿Hemos perdido el respeto mutuo?
Todavía queda algo de atracción,
que hemos mantenido a lo largo de nuestras vidas.
Amor. El amor nos destrozará otra vez.

¿Gritas todos mis errores
cuando estás durmiendo?
Tengo un sabor en la boca.
Mientras la desesperación aguanta.
¿Es eso algo bueno?¿No podrá funcionar nunca más?
Cuando el amor,… el amor nos destrozará otra vez.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Friedhof der Namenlosen (El cementerio de los Sin Nombre)


El joven Helmut seguía los pasos del padre Prengel en aquel otoñal sendero junto al Danubio. “Como habrás podido observar, hermano, lo más fatigoso de este trabajo es llegar hasta aquí”. Helmut lo sabía muy bien. Más de tres horas en un incómodo carruaje desde el centro de Viena le habían convencido de la necesidad de trasladarse, al menos temporalmente, desde el seminario hasta allí para poder llevar a cabo sus nuevas tareas. Tal vez alquilaría alguna habitación en la cercana aldea de Schwechat, tal y como el viejo párroco le aconsejaba mientras abandonaban juntos el camino. Se adentraron en un pequeño bosque, poblado principalmente de abetos y castaños, y pronto divisaron un edificio circular a medio construir. “Esta es la futura capilla, hermano Grossman. Es de vital importancia que tomes cuidado de las labores de construcción. Estos obreros de Schwechat son de mucho zanganear y poco trabajar, y la necesitamos acabada para el invierno que está llegando”. Bordearon el muro que alcanzaba ya una altura de tres metros y descendieron unas escaleras de piedra. “Y aquí está la razón de nuestro trabajo, hermano”. Helmut dirigió su mirada hacia el cementerio situado frente a él. Había al menos unas cien tumbas. Estaban formadas todas ellas por montículos de tierra, cubiertos de flores resecas y de las hojas amarillas que la brisa arrancaba de los castaños que las rodeaban. Una cruz negra en la cabecera y un candil que cobijaba una vela roja a los pies de un cristo en tonos plateados. Nada que ver con las tumbas del Cementerio Central de la ciudad, en las que tan sólo bloques rectangulares de granito anuncian la presencia de los difuntos bajo un verde manto de cesped.
“No es como lo esperaba”, susurró Helmut. “Encontrarás muchas cosas que no esperas estos meses. El otoño es especialmente complicado aquí”, le respondió el padre Prengel. “Es cuando llegan más cuerpos, ¿verdad?” . “En verano y primavera apenas aparece algún que otro cadáver, pero el pasado año recibimos diez sólo en el mes de octubre. Aunque septiembre de hace dos años fue el peor mes de todos, con la llegada de veinte almas. Necesito un respiro, hermano Grossman, y tu amable ofrecimiento me lo va a conceder”. El joven cura conocía bien la historia. Septiembre de 1899 había sido un mes negro, e incluso los periódicos habían tratado el tema. Fue así como comenzó a interesarse por tan singular cementerio. Permaneció durante unos segundos pensando, con la mirada perdida en las tumbas. “¿Puedo hacerle una pregunta, padre? El hecho de que aparezcan más cadáveres en estos meses, ¿no estará relacionado con que nuestro estado de ánimo, en el tiempo previo al invierno, sufre esa especie de abatimiento que entristece el alma?”. El padre Prengel asintió: “Es muy posible, sí”. Helmut continuó: “Pero en ese caso estaríamos hablando de suicidios...y padre, no hay lugar para los suicidas en campo santo, me equivoco?” “No te equivocas, hermano, pero pasas por alto que no tenemos la certeza de que así sea. Sólo recibimos los cadáveres de personas desconocidas, personas sin nombre, a las que el Danubio, de una forma u otra, ha quitado la vida. Nosotros les damos cobijo en nuestro pequeño cementerio, pero será Dios quien decida si merecen o no el descanso eterno”.

Desde el sendero se escuchó la voz de un niño que los llamaba a voces. Prengel le dijo que era el pequeño de los Hochstoeger, y que le haría las veces de monaguillo en las misas que hubieran de celebrarse. Llegó corriendo hasta ellos. “Padre, han mandado recado desde Viena. La policía vendrá esta tarde a traer un nuevo cadáver. Es una mujer”. “Gracias Martin, avísame en cuanto lleguen”. El viejo párroco suspiró y rodeó amistosamente con su brazo el hombro de Helmut. "Ayúdame, hermano Grossman, tenemos una misa que preparar. Esperemos que no llueva”.





Al menos dos horas despierta en la cama. Al menos dos horas mirando al techo de madera. A su lado y dándole la espalda estaba él. La razón de todo y de nada. Dos horas despierta sin moverse, respirando sin respirar, mirándole sin mirarle, sólo con el rabillo del ojo. Podía intuir su nuca y su oreja, pero apenas escuchaba su respiración. ¿Estaría despierto? No quería ni girarse para no despertarle. La noche no había ido mal del todo. Se había sentido en cierto modo amada, tal vez incluso algo deseada. Pero la mañana llegaba, y su marido despertaría, como siempre, de mal humor. Los primeros días juntos ella había buscado su mano bajo las sábanas, había acariciado su rostro dormido e incluso había tratado de besarle algún que otro amanecer. Aprendió la lección pronto. La conversación llegó pocos días después del enlace. “Lo siento, pero no puedo dormir acompañado. He pedido que te preparen la habitación del ala oeste. Si no duermo no me encuentro bien. No puedo trabajar….¿lo entiendes, verdad?”. Claro que no podía entenderlo, porque si de ella dependiera pasaría encaramada a su cuello las venticuatro horas del día. “Estupideces románticas…tantos años leyendo esas novelas que te han envenedado la razón…Todo está como tiene que estar, hija.” le regañaba su madre, cuando en ella buscaba algún consejo. Así empezó todo. Los días poblados de indiferencia comenzaron a ser los más, y los destellos de cariño o amor comenzaron a ser los menos, aunque siempre, efímeramente reconfortantes.
La necesidad de viajar desde Budapest a Ratisbona para visitar a su tía enferma les había vuelto a reunir en el mismo colchón durante unas horas, dos años después. Pero aquella madrugada ella no podía dormir más. Él no despertaba, y aún no era de día completamente. ¿Cuánto tiempo más habría de pasar para que él se levantara, dijera la dichosa primera palabra del día y ella pudiera escapar de aquel camarote que la asfixiaba? La desesperación se adueñaba de sus entrañas, allí, tendida en la cama, sin mover un músculo. Quería llorar, gritar, zarandear, arañar y besar a aquel ser inanimado. Comenzó a sentir una fuerte presión en el pecho. Necesitaba salir de allí como fuera o explotaría en mil pedazos. Se arriesgó. Abrió las sábanas lentamente. Salió de la cama sin hacer apenas ruido. Él pareció no despertar ...¿o tal vez estaba despierto, y se apiadó por una vez de ella? Abandonó el camarote tan sólo cubierta por el camisón. Necesitaba aire fresco y la cubierta no estaba lejos. Serían sólo unos minutos. Todo estaba en silencio y comenzaba a intuirse la llegada del amanecer gracias a una tenue luz solar que peleaba con la de la luna sobre las aguas del Danubio. El Danubio. El Danubio que no era azul, sino negro. ¿La ayudaría el Danubio a vaciar sus penas? Abrió la boca para hablarle, pero no salió nada de su garganta seca. No lo pensó demasiado. Saltó por la borda huyendo de la vida, del camarote, de él, y de su mirada fría e indiferente. No peleó por salir a flote. Se dejó arrastrar hacia el fondo y allí permaneció dos meses. Cuando dejó de ser buscada, el Danubio la escupió a las calles de Viena, en otoño de 1901.

Fue el primer cadáver que Helmut enterró en el Cementerio de los Sin Nombre.