lunes, 15 de septiembre de 2008

Catarsis



Llego tarde a nuestra cita de hoy.
Desde que puse los pies en Viena nos hemos visto con bastante asiduidad, y aunque la frecuencia de nuestros encuentros comienza a decrecer, sé que estará inexorablemente unido a mis futuras memorias sobre el tiempo aquí pasado. No nos hemos citado siempre en el mismo lugar, si bien el momento del día elegido no ha variado sensiblemente, y se ha mantendido dentro de esa horquilla temporal en la que el cielo se viste de rojo ocre y da serias muestras de agotamiento ante la inapelable llegada de la noche.

Muchos de estos primeros días, las únicas palabras que he pronunciado y que iban más allá de cordiales saludos con vecinos o triviales conversaciones sobre el tiempo con compañeros de trabajo, se las he dicho sólo a él, que ha ejercido como algo más que confesor y confidente.

Hoy llego tarde, pero tal vez no le importe. Sería la primera de nuestras citas una vez caída la noche.
El lugar elegido está situado junto al Friedensbrücke. Sé que a él le gusta especialmente esta parte de la ciudad. En los contados paseos que hemos compartido en este barrio siempre acelera el paso, lleno de una vitalidad que poco menos que me arrastra en su galopada. Yo trato de seguir su ritmo hasta que, vencida por el cansancio, me desplomo sobre el primer viejo banco de madera que encuentro a mi paso. Me siento y cruzo los brazos enfadada, pero no con él, sino conmigo misma por la deplorable forma física que me acompaña a mis nada primaverales veintisiete otoños. Él sigue caminando infatigable y a mí sólo me queda esperar. Algunas veces pago el precio de mi rendición leyendo la novela que me acompaña desde mi llegada, mientras que en otras ocasiones, ese tiempo de capitulación junto al Friedensbrücke me lleva a plasmar sandeces en este nuevo cuaderno, uno de color marrón con un lazo en el mismo tono a modo de marcador que compré la pasada semana. Da igual lo que haga porque siempre que levanto la vista, ahí está, pasando de nuevo ante mí, impasible, infatigable, casi burlándose de mi cansancio.
Todo cambia cuando el lugar elegido para vernos es Florisdorfer-brücke. Allí soy yo la que inútilmente trato de tirar de él, que se resiste y adormece su paso hasta tal punto que el paseo se tiene que dar por finalizado y se sucede una tranquila sentada al atardecer.

En el día de hoy he propuesto Friedensbrücke por razones interesadas, ya que necesito un poco de ese espíritu agitado que le nace en este rincón de Viena. Nuestras citas no son nada románticas, como podría pensarse a tenor de lo hasta ahora contado. Al menos no lo son por ahora. Estos frecuentes encuentros son para mí en realidad pequeños momentos de catarsis. Llego ante su presencia con mente y alma obstruidas por el peso de ideas absurdamente trágicas, preocupaciones desproporcionadas, punzantes recuerdos…y en cuanto lo tengo enfrente, poco menos que le escupo todo a la cara. Él, pacientemente, como hizo aquel primer atardecer y como continua haciendo cada vez que nos vemos, sin reproches, recoge toda mi porquería y la arrastra consigo hasta que ya no puedo verla más.
Hoy, que llego tarde, vengo acompañada de un collage que perfectamente podría estar colgado en una galería de arte bajo el expresionista título de “Desasosiego nº13”. Tengo mucho que contarle. Quiero hablarle de sustantivos y adjetivos; de metáforas y sus interpretaciones; de caballos, caballeros durmientes y princesas andantes y sufrientes.
Me deslizo casi volando por la escalera que desciende desde Friedensbrücke a su encuentro, pero tal y como me temía, llego demasiado tarde. Aunque sé que él está ahí, justo enfrente de mí, a duras penas puedo intuirle en esta noche cerrada y sin luna, que no me permite observar con la claridad que desearía la vitalidad irrefrenable de su curso. He llegado tarde, y el Danubio, ese monstruo histórico abierto en cuatro venas a su paso por Viena, no arrastrará hoy mis preocupaciones.
Suspiro y me doy media vuelta. Lo mejor es que regrese a ese piso que me aguarda en el distrito veinte y que todavía huele un mucho al matrimonio Grünwald y sólo un poco a mí. Las preocupaciones de hoy las guardaré en mi tambor de hojalata, al menos, hasta mañana al atardecer.

3 comentarios:

Bobby dijo...

Aguamala... bienvenida al mundo de la blogosfera, que ahora empiezas tu y acabo yo. Cuando visites en esos atardeceres piensa en lo que tienes por delante, te hará fuerte.

Aguamala dijo...

Gracias Bobby por tu comentario y por la bienvenida. Eres el primero. Me consta que tengo más lectores....a ver si os animáis. Sugerencias e ideas serán siempre acogidas con cariño.

Aguamala dijo...

Tenía el blog mal configurado y los comentarios estaban restringidos. Yo lo he modificado para que cualquiera pueda escribir si le apetece.

Un saludo!