
Llegaba a su fin otra asfixiante tarde de agosto. De esas que anuncian en rosa ardiente que la noche se acerca. El teléfono, que se había mantenido mudo todo el día, arrojó expectativas de terraza y caña al compás de un politono que no hacía justicia a The Clash.
“¡!Sí!”, contesté.
“Sí, ¿qué?”.
“Sí a una cervecita donde quieras, guapa”.
“Jajajaja….Estás muy loca y muy desesperada…. No. Te llamo para otra cosa. Me sobra una entrada para una velada poética. También hay algo de música. ¿Te apuntas?”.
La tarde mutó a noche en el trayecto hasta un convento y un laurel, entre cuyas ramas dice la leyenda que se guarnecieron del acoso moro Isabel la “Caótica” y parte de su corte (¿el acosador acosado?). Menudo laurel, pensé. Un patio, un escenario, unas sillas de madera y una poeta. Del laurel ni rastro…fuera a joderse la leyenda.
Con ella llegó la magia, como mitigante brisa de verano. Con su voz grave, delatora de pulmones desahuciados, trazó una noche estimulante para el alma. Anécdotas que inspiran rimas. Asonancias que se armonizan con el pasar de los años. Y a pesar de un desagradable y ruidoso señor a mis espaldas, al que le partí la boca de un puñetazo en una súbita ensoñación, fui capaz de apresar la certeza de que la Arte Poética es cosa de pescadores sabios. De esos que saben devolver al agua las palabras que no sirven.
Valga de ella, la poeta, una breve “Reseña”; y de mí, retazos de empatía en una antojadiza instantánea:
Soy de otra parte, otro cuerpo, otro golfo
para que me entiendan
para que no me entiendan demasiado
por atajos y digresiones
escribo.
_
A mano limpia. A campo traviesa.
Vivo por circunloquios, espirales, pidiendo disculpas, permiso.
Demasiado.
_
Tropiezo, desentono, me repito,
adiciono prótesis, me encorvo,
heteróclita, minuciosa, descuidada
descartando a manotazos, boqueando
con notas a pie de página
inverificables.
_
Desenraizada como tronco de plátano
a merced de la borrasca, puro cráter, pura fragilidad
sin saber echar raíces pero voy
poniéndome en escena, fuera de foco,
por lente cóncavo o convexo
nunca el del arcoiris nunca el del amor correspondido menos furtivo.
_
El mínimo denominador común del dolor es universal
y su raíz cuadrada esta nuez, este rubí,
que aún alumbra, soberbio, secreto, aunque airado
la palma de mi mano.
(Reseña, Luisa Futoransky)